Sin piel
14.DIC.2018 ──────── 22.FEB.2019
Roberto Martinón
Sin fin
Basalto
39,5 x 26 x 14 cm
Exposición
14.DIC.2018 ── 22.FEB.2019
Dónde
Sala Institucional
Calle Juan de Quesada, 10
35001 Las Palmas de Gran Canaria
Roberto Martinón expresa su poética a partir del uso de la piedra natural, tanto hallada en estado salvaje como a partir de bloques de cantería. Una vez en el taller, el artista trata de desentrañar el alma de la piedra. Esa forma que concentre en sí misma toda su energía para individualizarla y ser merecedora de contemplación.
En Sin piel, el artista trata de comunicar de una forma directa, física y espiritual, ese acto mágico que es la representación simbólica de lo desconocido.
Martinón nos presenta en esta exposición un total de 28 esculturas en las que busca un posible equilibrio en este aparente juego de opuestos. Opuestos que evolucionan en un proceso de metamorfosis del que se ha congelado un instante, que queda petrificado. En sus últimas obras, el artista recupera el interés por lo orgánico y su natural inserto en esquemas racionales. Esta relación Hombre-Naturaleza y el concepto de la creación como vida, son ejes fundamentales en toda su trayectoria artística.
Artista
Roberto Martinón
Roberto Martinón
Transflora
Mármol
64 x 28 x 15 cm
2015
La piel de las rocas o el arte escultórico de Roberto Martinón
Nos impactó, allá en la década de los 80 gran época efervescente que dio a conocer el talento de la generación de creadores nacidos entre finales de los 50 e inicios de los 60, cómo un artista dejaba una huella profunda a través de sus esculturas que nos revelaban las dos caras de una roca común de la geología canaria: el basalto. Heredero sui géneris de la escultura abstracta de la década de la posguerra mundial, en la que la sensibilidad por la materia tallada y su forma original no desbastada pasaban a configurar un nuevo idioma simbólico-orgánico, Roberto Martinón nos mostró la belleza más honda de la roca al contrastarla con su envoltorio y contexto sin tratar. De trozos de basalto de considerable tamaño, y otros de menor formato, el escultor entresacaba un ideario estético que abarcaba la geometría semiabstracta, la neofiguración lírica, y el expresionismo contrastivo.
Este concepto de «expresionismo contrastivo» venía a ser una suerte de oposición matérica meditada. Secciones y pedazos no tratados de basalto descansaban contra marcos y tarimas perfectamente pulidos en actos de tenso equilibrismo. Un contraste entre los procesos de la civilización conducentes a los códigos estéticos y la presencia-esencia de la roca natural, de su significación ancestral como símbolo aglutinador de creencias prereligiosas. Simultáneamente, el joven escultor, desarrollaba una esmerada serie de pequeños formatos que presentaban las clásicas tensiones entre lo sólido y lo vacío y entre las dos y las tres dimensiones. A veces, lo hacía puliendo intensamente perfiles y cantos, otras, contrastando la dinámica del acabamiento tradicional con distintos grados de pulimiento. Su óvalo en elipse que emerge de un trasfondo recto de estrías con efecto cinético ya es un clásico.
Martinón se inscribe en la historia de nuestra escultura contemporánea por doble motivo. El primero, es la fidelidad a una producción artística constante y diferenciada, y la excelencia de la misma con sus rasgos distintivos a lo largo del tiempo. El segundo, su gusto y dedicación a la roca y a su tratamiento que lo relacionan conceptualmente con los maestros de la talla histórica moderna y contemporánea: Plácido Fleitas, Eduardo Gregorio, Tony Gallardo y Manuel Bethencourt. Todos ellos, han impreso en los minerales y las rocas de sus obras, ese contraste expresivo entre la finalidad académica clásica y el espíritu vanguardista del material, trátese del granito, de la piedra cantera (fonolita), de la lava o del basalto.
La amplia línea temática que elabora Martinón desde 2015 y que ahora alcanza su plena madurez formal y simbólica, se agrupa bajo el título Sin piel. Estas nuevas formas que evocan viejas ideas, nos ofrecen patrones de desarrollo y crecimiento que parecen símiles de la biología y de la física. Encontramos formas que se elevan en ascensión helicoidal, imagen de la cadena genética, pero con torsiones, giros y quiebros propios del expresionismo lírico. Otras, también verticales, acaban en coronas de brotes múltiples. Hay, asimismo, tótems que recuerdan los ídolos del neolítico, elipses y curvas que conforman simetrías y que atrapan expansiones de ondas.
Estas morfologías son de las más refinadas que haya creado el autor. Nos revelan la piel «sin piel» de la roca, del mármol, del granito y del basalto. No precisan de superficies en contraste. Son concreciones de texturas cuya lisura nos hace recordar la epidermis simulada por Bernini y Cánova, la alquimia corporal de la piedra y transmiten, según el caso, tanto esa expresividad emocional del barroco como ese frío icónico del neoclásico. Advertimos, además, a través de las correspondencias entre nombre y obra, líneas de creación temática. Génesis, Albor, Despertar y Plenitud, remiten a las pulsiones de los orígenes, a un núcleo previsual del imaginario, que no sirve para ser expresado por la pintura y sus ilusiones ópticas, sino por la fuerza totémica de la materia. Transflora que representa sendas espirales de delicada piel, son metáforas de la flor y el capullo, de la sutileza de las plantas en sus tallos, fuertes y endebles desde principio a fin. Sin fin, Celeste y Latido nos introducen en un ideario del ritmo y la pulsación espiritual y el todopoderoso reloj biológico del corazón, el gran músculo congelado en el mármol. Impulso es la explosión de la libido y la determinación de la voluntad. Deidad I y Deidad II nos retrotraen al tiempo mítico precivilización, donde la forma del dios y la diosa, en gran parte la prefija la morfología de la roca, su palinodia subyacente, su misterio.
Martinón compone con sus pieles reveladas, con estas deslumbrantes epidermis, con sus formas altamente estéticas, y con la labor total que ello implica, una partitura de agudos y bajos, de vientos y cuerdas, sus ritmos veloces y sus graves continuos. Una partitura que surge de la entraña telúrica y de la frecuencia cósmica, y sobre la cual el espíritu articula una composición integral, el drama de la existencia, nuestro destino, en los compases insonoros y mentales de la piedra.
Texto del catálogo: Jonathan Allen
Fotografía del catálogo: Teresa Arozena Bonnet
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